Como
todos los veranos, el río fue secuestrado. Fincas azucareras,
bananeras, y sobre todo palmeras han construido sobre su cauce diques y
presas para desviar el agua que necesitan sus monocultivos.
Pero el 9 de febrero de 2016, fue un día especial. Pobladores de 98
comunidades de Tiquisate y Nueva Concepción, asentadas en la parte baja
del río se unieron para liberar al Madre Vieja. Por primera vez, tras 15
años de protestas, reunieron ánimo y coraje para plantarle cara a las
poderosas empresas del lugar.
Plaza de Nueva Concepción
Son las 9 de la mañana, y en la plaza frente a la municipalidad de
Nueva Concepción, Escuintla, decenas de agricultores y miembros de
organizaciones comunitarias buscan una sombra donde resguardarse del
sol.
Entre ellos, Juan Antonio, un anciano de ojos avispados. El pequeño
agricultor, tiene un terreno en la parte baja del río en el que siembra
milpa, ajonjolí y banano. Todos los veranos se enfrenta al mismo
problema: la falta de agua. El río, explica, alimenta las venas de agua
que llegan a su pozo. Cuando el río está seco, como ahora, el pozo se
seca, o se queda con tan poca agua que sacarla de la tierra con una
bomba mecánica representa un gasto excesivo en combustible.
Milton, un campesino bromea con amargura: “Qué chulo el río cuando
tiene agua, y nosotros como camellos”. Añade: “yo siembro milpa,
plátano, tomateras, chileras. Pero así, ya no dan ganas.”
Esta situación lleva ya más de 15 años. Antes, las empresas extraían
el río, pero no hasta secarlo. Ahora, no dejan una gota. Todos recuerdan
los robalos, tilapias, bagres y camarones que se pescaban antes. “Era
un lujo ir a anzuelar”, dice Milton. “Íbamos con mis hermanos, y con una
varilla sacábamos camarones de este tamaño. Hoy, lo único que podés
picar con una varilla son piedras”.
“Se habló mucho del ecocidio en el río La Pasión porque murieron
miles de peces. Pero aquí el daño ambiental es peor: aquí ya no hay
peces”, lamenta Roberto, vocal de uno de los Consejos de Desarrollo de
la parte baja del Madre Vieja.
El mal estado del manglar que cubre la boca del Madre Vieja también
causa preocupación entre los habitantes de Nueva Concepción. El bosque
salado es una fuente inagotable de vida. Refugio de innumerables
especies animales, sirve de guardería para los alevines que luego se
convertirán en peces de altamar.
Además de peces, cangrejos y camarones, los habitantes extraen del
manglar madera para construir ranchos. Hoy, cuentan los habitantes, las
raíces aéreas del mangle se insertan en la arena de un desierto.
Según Dani Revolorio, coordinador ambiental de la municipalidad, el
principal responsable de esta situación es la empresa palmera Hame, por
ser la que sorbe más agua.
Hame, propiedad de Hugo Alfredo Molina Espinoza, es un inmenso
consorcio de empresas, del cual forma parte Repsa, la empresa acusada de
haber causado la contaminación masiva del río La Pasión en junio 2015.
En la zona de Tiquisate y Nueva Concepción, explota más de 4 mil
hectáreas de palma africana y emplea a más de 7 mil personas. Una de
sus principales propiedades es la que los habitantes llaman la “faja de
Hame”: una banda de 17 kilómetros de largo por uno de ancho que va del
río
Coyolate al río Madre Vieja.
Negociar el Madre Vieja
—¡Allí va el de Hame!, —exclama un campesino al ver entrar en la municipalidad a un hombre alto, corpulento, algo encorvado.
Se trata de Jorge Estrada, gerente de planificación de la empresa
palmera. Es él quien suele dar la cara en los conflictos que enfrentan
al consorcio Hame con las comunidades. Una vez dentro de la
municipalidad, se acerca a los representantes de los ingenios azucareros
Pantaleón, Magdalena y Madre Tierra que llegaron antes.
Estos usuarios del río se han reunido este día a raíz de una
negociación que culminó la semana anterior.. El 4 de febrero, empresas,
comunidades, municipalidad, iglesia católica y la ONG ambientalista
Cogmanglar, se sentaron a hablar sobre el uso del agua y los desvíos del
río. Tras una larga discusión, todos firmaron un acuerdo, plasmado en
un acta de la municipalidad de Nueva Concepción. En este acuerdo, las
empresas se comprometieron a “hacer trabajos para que el río Madre Vieja
pueda correr hasta el mar”.
El alcalde se abalanza contra el río. En un
segundo, lo cruza. Ya está sobre el dique de Hame. Lo siguen sus seis
guardaespaldas, con las pistolas a la cintura, y varias decenas de
pobladores. Los que se quedaron en la orilla aplauden y silban con
júbilo.
Una vez el río libre, indica el acuerdo, se dará inicio a otra ronda
de discusiones para acordar cuánta agua será destinada a cada uno de los
usuarios, y qué porción tendrá que llegar al mar.
Este día, 9 de febrero, venció el plazo estipulado para que las
empresas liberaran el río. La gran aglomeración de campesinos y
representantes de empresas se ha formado para verificar que la
agroindustria sí haya cumplido con el acuerdo y levantado sus presas.
“Hoy es un día histórico. Por años se ha pedido para que se libere el
rio y se tapen los desvíos en beneficio de las comunidades. Son más de
15 años de lucha, de dialogo, de inconformidades, de organización, y hoy
se ve el resultado del proceso. A partir de acá, las cosas serán
diferentes”, se alegra José Luis Paiz, sacerdote de la parroquia de San
Francisco de Asís quien ha mediado en las discusiones. Sin embargo,
pronto verá que no era tan fácil: las presas siguen allí.
Tanto Hame como los azucareros minimizan su impacto sobre el río.
Jorge Estrada, por ejemplo, señala al culpable: el cambio climático.
“Hay menos agua, es un hecho. Mire el invierno que hubo. Y además, el
Niño ha venido a agravarlo todo”.
Se le dice que las comunidades acusan a su empresa de ser la más
consumidora de agua. “Es una percepción. No somos los únicos en el río.
Nosotros usamos menos del 10%”, se defiende Estrada. Los campesinos
hablan más bien de un 60%, y el representante de uno de los ingenios
azucareros calcula en 80% la parte del río que Hame absorbe.
Jorge Estrada dice estar dispuesto a hacer concesiones. “Es cuestión
de ordenarnos un poco”, dice, antes de recordar que ya están invirtiendo
en sistemas de riego por aspersión que permiten reducir el consumo de
agua.
Abner Muñoz, administrador del ingenio Magdalena, también achaca al
cambio climático la falta de agua en la parte baja del río. “Han sido
tres años bajo mínimos para todos, pero la población no lo entiende. La
temperatura, la evaporación, todo eso afecta”.
En la reunión anterior, el ingeniero Max Zepeda, del ingenio Madre
Vieja, aseguró a los campesinos que, aunque se liberaran las presas, el
agua no llegaría al mar. Afirmación que levantó una ola de protestas
entre los comunitarios.
Abner Muñoz también evalúa en 10% la parte del río que los azucareros
extraen. Y también asegura que están invirtiendo en riego por goteo,
método aún más eficiente, y que dejarán de regar ciertas parcelas para
reducir su consumo.
Por fin, Otto Lima Recinos sale de su oficina y da la señal de
partida. Veinticinco picops y un autobús movilizan a un centenar de
personas que no quieren perderse esta ronda de inspección.
Destrucción de la presa de Hame
—¡Esto es pura casaca! —se indigna uno.
—¡Es un despiste, se están burlando de nosotros! —reclama otro.
—Nomas una rascadita le están dando. ¡Ese no era el trato! —exclama un tercero.
A la orilla del Madre Vieja, a la altura de Pinal del Río donde Hame
tiene su toma de agua, los campesinos sedientos dejan libre curso a su
indignación.
Justo en la mitad del río, un dique paralelo al cauce del río divide
las aguas en dos. La mitad de la derecha es para Hame, la mitad de la
izquierda sigue su curso natural. Es así como la empresa considera haber
hecho su parte del trato. Pero la trampa es tan evidente que los
pobladores no han tardado un segundo en detectarla.
La mitad del río que Hame se apropia tiene alrededor de dos metros de
profundidad. En la mitad libre, el agua apenas llega a las rodillas. En
otras palabras, Hame consume un aproximado del 75% del río en este
lugar. Esto, sin mencionar las otras presas que tiene río abajo.
Una retroexcavadora de la empresa palmera escarba la tierra en la
parte libre, haciendo como si estuviera ensanchando ese cauce, pero
nadie se deja engañar, y los comentarios denotan un enojo creciente.
Jorge Estrada, gerente de planificación de Hame, no se da por
aludido. No busca el conflicto, pero tampoco rehúye de los comunitarios
cuando vienen a reclamarle. Sin guardaespaldas ni posibilidad de huida,
se mantiene sereno en medio de casi 100 personas que lo hacen
responsable de sus problemas. Hasta parece disfrutar de su papel de malo
de la película. Sin ruborizarse, con el tono untuoso que mantiene todo
momento, asegura que el canal de cemento que se lleva el agua para
irrigar las plantaciones es un “brazo natural” del río.
Algunos campesinos se le acercan e intentan razonar con él. Solo una
vez la conversación sube un poco de tono. Es cuando un joven agricultor
le pregunta por qué la maquinaria, en vez de rascar el fondo del río, no
deshace el dique de arena que desvía las aguas.
—Es que yo no soy el que controla eso. Las máquinas no son mías —responde Estrada.
—Ah, ¡no son suyas! Pero ¿qué tal si las tomamos? Entonces sí van a ser suyas insiste el joven, con tono provocador.
—Cada quién sabe a qué líos se mete —responde Estrada en voz muy baja.
—Ah, ¡ya empezaron las amenazas!
Entre los pobladores de la comisión, el más alto, el más gordo, el
del bigote más frondoso, es el propio alcalde, Otto Lima Recinos. Lleva
un sombrero de ala ancha y botas de reptil. Es la encarnación de la
autoridad. Un toro bravo al frente del rebaño. Y, sin embargo, en ese
momento, se ve indeciso. Jorge Estrada le ha brindado sesudas
explicaciones sobre cómo se está llevando a cabo, de forma ordenada, la
liberación del río. A todas luces son falsas, pero parece querer darle
el beneficio de la duda.
Sus administrados no. Reclaman acciones. Quieren que se eche abajo el
dique que desvía el río. Quieren que se tape la boca del canal de Hame.
Todos se arremolinan alrededor de la inmensa figura del alcalde
presionando, exigiendo. Y él duda. Duda otro poco. Y de repente, toma
una decisión.
El alcalde se abalanza contra el río. En un segundo, lo cruza. Ya
está sobre el dique de Hame. Lo siguen sus seis guardaespaldas, con las
pistolas a la cintura, y varias decenas de pobladores. Los que se
quedaron en la orilla aplauden y silban con júbilo.
El alcalde y sus hombres se acercan a la retroexcavadora. El
maquinista no necesita de muchas explicaciones para entender que el
maestro de obra ha cambiado. Le exigen que cave un boquete en el dique y
que tape la boca del canal de Hame. En menos de media hora, una de las
principales cadenas que ahogaban al Madre Vieja se ha roto. Las
plantaciones de palma africana se queda sin una buena parte de su agua.
El gerente de planificación de Hame protesta sin convicción. Alega
que todo se ha hecho “sin criterio técnico”, y que esto podría generar
inundaciones. Pero el alcalde ya no tiene oídos para él. Orgulloso,
exclama:
—Dijimos que, si el lunes no había suficiente agua, íbamos a romper
las presas. Aquí manda el pueblo. El pueblo es el que decide. Y si me
van a llevar preso por esto, ¡me voy con gusto!
Los comunitarios vitorean al alcalde: este ha propuesto matar a un
novillo para celebrar. Todos sienten que han ganado una gran batalla,
aun sabiendo que la misma máquina puede volver a abrir el canal de Hame
en el momento en que se alejen. Unos pocos, además de la emoción,
sienten algo de vértigo, algo de angustia ante el hecho consumado: ¿será
que cortarle el agua al “viejo”, al “don”, al mismísimo Hugo Molina, no
pone en peligro sus vidas?, piensan en voz alta.
El turno de los azucareros
Los 25 picops y el autobús se lanzan ahora por las carreteras
polvorosas que atraviesan los cañales. Pasan constantemente camiones
jalando hasta cuatro remolques repletos de caña. Parecen trenes de
mercancía. Es el momento en que la zafra y la siembra se solapan.
Es un hecho: los azucareros tienen mucha mejor imagen entre los
pobladores que los palmeros. Varios comunitarios confirman que la caña
no punciona tanta agua del río. Además, los programas de responsabilidad
social empresarial de los azucareros están en la mente de cada uno.
Así lo explica Marco Antonio, un agricultor propietario de nueve
manzanas en la parte baja del río. “Los azucareros, por lo menos tienen
programas de responsabilidad social. Si al menos estos de la palma
dieran algo… Como somos pobres y tenemos necesidad, con poquito que
hicieran, un pozo, una escuela, ya nos tendrían ganados. Pero nada de
nada, ni un proyectito”.
“Íbamos con mis hermanos, y con una varilla
sacábamos camarones de este tamaño. Hoy, lo único que podés picar con
una varilla son piedras”.
Hoy es un día diferente. Se trata de la liberación del río. Sopla un
viento de revuelta, y, a pesar de su imagen amable, los azucareros
reciben el mismo trato que Hame.
La comitiva llega a la finca Mandurria, en donde inicia un canal que
alimenta los cultivos de los ingenios Pantaleón, Madre Tierra y
Magdalena. Aquí, el lecho y las orillas del torrente están cubiertos de
piedras lisas y redondas. Los azucareros han realizado un pequeño dique
que desvía una parte del Madre Vieja hacia un canal.
Los comunitarios no se lo piensan dos veces, y empiezan a tapar la
boca del canal con piedras,hasta levantar un muro que le corta el paso
de agua a los ingenios.
Los representantes de los azucareros no esconden su amargura e indignación.
—Con esto, damos el diálogo por cancelado, —exclama Abner Muñoz, administrador del ingenio Magdalena.
Muñoz explica que se habían comprometido a reducir a la mitad el
caudal que desviaban. Que su consumo pasó, desde la semana pasada, de
1,5 metros cúbicos por segundo a 0,75. Que los comunitarios están
incumpliendo su palabra. Y que es necesario empezar a negociar con
criterios técnicos: midiendo el caudal del río, asignando a cada usuario
una porción definida.
Hasta ahora, cada usuario pone su presa y toma el agua que quiera sin rendir cuentas a nadie
Los representantes de los otros ingenios, jóvenes que prefieren no
dar sus nombres, llevan la frustración marcada en la cara. “Nunca había
pasado algo así”, lamentan. Aseguran que la toma de agua de la finca
Mandurria es legal puesto que tiene un permiso del Ministerio de
Agricultura para hacerlo y que los comunitarios están violando la
propiedad privada de su dueño.
En el fondo, tienen la sensación de estar pagando los platos rotos de
la palma africana, industria que consume mucha más agua que ellos, y
que enciende la animadversión de las comunidades.
No esconden su miedo. “Nueva Concepción es muy violenta. Puede haber
repercusiones. Entre los 90 o 100 comunitarios que hay acá, algunos son
amistosos, pero otros, no lo son tanto”. Sin embargo, en todo el día,
nadie se ha acercado a maltratarlos.
En todo esto, la presencia del Estado es nula. No hay nadie del
Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN), ni del Ministerio de
Agricultura. No hay nadie del Ministerio de Gobernación, ni un solo
policía, en medio de este duro conflicto en el que hay armas en cada
bando. Vinieron sí, dos observadores de la Procuraduría de Derechos
Humanos y dos de la Comisión Presidencial de Derechos Humanos
(Copredeh), pero hace ratos que se retiraron.
“Sería valioso tener acompañamiento del gobierno. Estamos muy solos acá”, decía un poco antes Jorge Estrada de Hame.
Lo cierto es que instituciones como el MARN más bien generan rechazo
por parte de los comunitarios. Llevan 15 años sin agua en verano, y
ninguna autoridad los ha amparado, y ninguna denuncia ha prosperado.
Son 15 años con la sensación de que las autoridades siempre toman
partido por las empresas.
Pero en este momento, en el río, nadie piensa en el Gobierno. Los
comunitarios parecen niños que han desafiado la autoridad de sus padres.
Varios chapotean en el agua, y acumulan, casi a forma de juego, piedras
sobre el pequeño dique que han levantado. Sienten que viejas deudas han
sido saldadas, y que los años de lucha por fin dan frutos.
Ahora, hay mucha más agua en el río, pero la multitud no está saciada. Queda una gran presa por botar río abajo.
Las ninfas ya corren hacia el mar
La tercera presa es una impresionante obra de infraestructura. A lo
largo del río, una muralla de arena de 700 metros de largo divide las
aguas en dos partes más o menos iguales. De un lado, las aguas corren
hacia el mar. Del otro, se mueven muy despacio hacia los monocultivos.
Tan despacio, que la superficie del agua está cubierta de ninfas. Las
aguas aprisionadas parecen constituir una reserva privada, aprovechada
por las fincas. ¿Qué fincas? Los pobladores no se ponen de acuerdo.
Algunos dicen que son cañeras, otros que son bananeras. Algunos
mencionan la finca Las Acacias, y otros La Sierra, pero nadie zanja del
todo la controversia sobre destino del agua desviada.
De lo que sí hay certeza es que esta obra es reciente. Ninguno de los
presentes sabía de su magnitud. Como una columna de hormigas, 50
hombres y una que otra mujer recorren el largo dique.
—En fila india, en fila india, como si fuéramos para el Norte, —grita un hombre entre las risas de sus compañeros.
Al llegar al otro extremo, se dan cuenta que, a unos 300 metros, hay
una retroexcavadora en reposo. Uno de los guardaespaldas del alcalde
deja su pistola a un compañero y se tira al río. Bracea, camina sobre
las piedras, bracea, y al poco tiempo, se encarama sobre la máquina para
hablar con el operario que estaba descansando. Pronto, el monstruo de
metal se dirige hacia la borda, sondeando paso a paso la profundidad del
río con su pala.
Cuando el maquinista está al alcance de la voz, negocia con el alcalde. Se ponen de acuerdo.
La máquina se acerca al dique, y empieza a cavar un boquete. De
repente, la muralla se abre. El agua aprisionada se lanza como un ave
liberada hacia su curso natural. Las piedras acarreadas truenan hasta
cubrir el ruido de la máquina.
Pronto, una fuerte corriente se forma en la represa de las fincas. El
agua corre cada vez más veloz hacia la apertura. Las ninfas que habían
crecido en el agua casi estancada se precipitan ahora hacia la vía de
agua. Estas formaban grandes parches, como islas flotantes, pero al
pasar por la brecha, se disgregan en una multitud de pequeños círculos
vegetales. Es como si hubieran adornado el Madre Vieja para una fiesta.
Sus aguas corren presurosas hacia el mar.
Post data de lunes 15 de febrero.
Contrario a lo que afirmaba el ingeniero Max Zepeda, del ingenio
Madre Vieja, las aguas del río sí llegaron al mar. Según Elmer
Rodríguez, habitante de la Trocha 14, el torrente tiene ahora “dos
cuartas” de profundidad en su desembocadura, suficiente para alimentar
los pozos de las comunidades y saciar la sed del manglar.